lunes, 27 de septiembre de 2010

Práctica 3 de Fotoperiodismo: bodegón


Cuando a alguien se le nombra una obra de estilo bodegón, lo primero que se le ocurre es una obra que imita antiguo, con nada de modernidad. Se presupone una serie de elementos más o menos ordenados sobre lo que normalmente sería una mesa, una tabla o cualquier superficie lisa, ya sean frutas, objetos de diferentes tipos o incluso libros y jarrones. Y es evidente que es así. No se puede intentar innovar en este aspecto.

He intentado hacer una comparativa entre dos bodegones diferentes. Primero me puse manos a la obra con el bodegón más antiguo, el que se supone más común. En principio fue sencillo, más allá de buscar diferentes objetos que me pudieran servir para la tarea. Quizá lo más complicado fuese la iluminación, el lugar dónde pondría los objetos y, por supuesto, conseguir las propias piezas. Problemas de no demasiada complicación y que poco a poco fui solucionando y sacando adelante. Quedó un bodegón antiguo y hermoso, como mandan los cánones.

Lo complicado fue cuando llegó el momento de intentar mi segundo bodegón. Yo pretendía una obra más o menos futurista, que contrastara de fuerte manera con el primer bodegón. Es decir, que desentonara con el estilo del bodegón habitual. Y lo conseguí, pero no de la manera que yo esperaba. Según iba poniendo elementos tecnológicos me dí cuenta de que había algo que no funcionaba. Quedaba raro. Un bodegón no es un bodegón propiamente dicho si no tiene ese ente que lo hace viejo. Un bodegón tiene la propiedad innata de ser anticuado.

A continuación expongo las fotos del bodegón antiguo, y tan sólo una del moderno para demostrar que, efectivamente, queda fuera de lugar y extraño.

Mi conclusión de la presente práctica es que es difícil innovar en la creación de un bodegón, y que no es en absoluto fácil conseguir un resultado distinto al tradicional.

martes, 21 de septiembre de 2010

Práctica 2 de Fotoperiodismo: mercado










Según el Diccionario de la Real Academia Española, un mercado es un sitio público destinado permanentemente, o en días señalados, para vender, comprar o permutar bienes y servicios. Y el mercado público de Pamplona cumple los requisitos a la perfección. Se trata de un mercado sencillo, humilde y de aquellos en los que las personas se pasan todos los días para hacer la compra diaria. Realmente, lo primero que se podría pensar es que es un mercado que no tiene nada de especial, y es que a primera vista no lo tiene. Hay que buscar el encanto del mercado paseándose por sus largos pasillos, entre sus 45 establecimientos de diferentes productos. Pescado, frutas y verduras, carne... ¡hasta hay dos puestos dedicados únicamente a la venta de huevos y de flores!

Con la cámara al cuello, empiezo a dar vueltas por los puestos y fotografiando pequeños detalles, que es precisamente lo que hace tan especial el mercado. Los peces parecen sonreír a la cámara, o mirarme con cara de enfadado alguno que otro. Opto por acercarme a los puestos de carne, donde las simpáticas personas de tercera edad que están comprando se sorprenden por verme fotografiando todo lo que veo. Incluso se atreven a preguntarme: "¿Pero qué haces con una cámara tan grande aquí, chico?". Yo, de manera considerada, les doy conversación: "Estoy haciendo una práctica de fotografía. Estudio Periodismo en la Universidad". Ante la respuesta, me sonríen y me instan a que fotografíe a los chorizos y los lomos que cuelgan delante del mostrador. Es evidente que a las ancianas es fácil sacarlas conversación.

Otra de las cosas más llamativas de este mercado es la simpatía de todas las personas que se encuentran en él. Como si los enormes ventanales que iluminan la gran habitación hicieran que todo el mundo se encuntre de buen humor, todas las personas hablan entre sí para comentar la calidad de los productos, o el buen día que hace, o mismamente lo caro o barato que están la carne y el pescado.

Una vez más, me acerco a otro puesto en el que algunas personas se me quedan observando al ver mi cámara, pero en esta ocasión no me dicen nada. Quizá estén demasiado ocupados pidiéndole al tendero el pescado que buscan. Todos los pescados son frescos, o desde luego lo parecen. Aún así, nunca me gustó el olor a mar.

Finalmente me alejo del mercado con una idea muy clara: lo mejor de ir al mercado y hacer fotos es hacerlo fijándose en sus detalles y su sencillez.

jueves, 9 de septiembre de 2010

Práctica 1 de Fotoperiodismo: árbol

Es un árbol solitario, pero a la vez siempre está acompañado. Lo ve todo, pero está en medio de una explanada vacía. Tiene aspecto viejo, pero todavía le queda mucha vida por delante. Parece insignificante, pero permanece inalterable en el tiempo. Es un árbol que algunos vemos prácticamente todos los días.

Ha sido testigo de muchas cosas, demasiadas quizá para un árbol normal. La primera de ellas, el propio paso del tiempo. Una un poco más habitual es el paso diario de alumnos, profesores y cientos de personas relacionadas con la Universidad. Otra cosa menos común, la humareda de un coche explotado en un aparcamiento cercano. Y poco tiempo después, a cientos de personas reuniéndose para protestar por la causa que provocó esa columna de humo.

Podría hacerse una lista enumerando a todas las personas que pasan cerca de él. La mayoría son personas jóvenes, pero hay de todo. Jóvenes y "jóvenas", que estudian de las más variadas carreras: Derecho, Administración de Empresas, Medicina, Humanidades, Comunicación, Economía, Arquitectura... También hay espacio para profesores de todas las facultades y, asimismo, para personal no docente que se esfuerza por la Universidad. Cada persona con su estilo y forma de vestir y de ser, con sus manías y aficiones, y con sus pensamientos e ideas.

Son muchos los que lo tienen en cuenta, pero a la vez ni lo miran. Lo usan como punto de encuentro: "Quedamos en el árbol de la explanada de Comunicación". Sí se molestan en acercarse hasta allí para localizar a la persona que buscan, pero no se incomodan en mirar siquiera el sitio en el que han establecido encontrarse.

Al acercarse y empezar a fotografiarlo, cumple lo que nos dijo el profesor de él: ni se mueve ni se queja. Llama la atención lo abandonado que parece en medio del llano. Parece plantado ahí de modo expreso, como si alguien lo hubiera castigado y no pudiera moverse ni relacionarse con los demás. Pero no se moverá. A fin de cuentas, sus viejas y retorcidas raíces le impiden moverse del lugar en el que tanto tiempo lleva y en el que tento tiempo le queda por pasar.